Hoy es el cumple de mi abuelo, 102 añitos, como dice mi hermano, ya dio la vuelta al cuentakilómetros. Cuando he llegado sabía mi nombre, aunque no muy bien donde situarme en la familia. Quería contarme que había vivido enfrente, que allí estaban los chicos… Recuerdos mezclados de varias épocas, y yo tenía el privilegio de que por algún motivo que ni él sabrá, quisiera contarme. Sabía mi nombre y que era alguien que le quería y a quién quería. Y estaba contento, porque había personas allí, y sabía que eran importantes, aunque a ratos, no muy bien quien eran.
Con 101 años sí sabía nuestros nombres, parentesco y cómo nos ganábamos la vida. Un lujo, y más pensando en quiénes están acompañando a una persona en largos procesos de deterioro de la memoria, el carácter y la identidad.
Aun sabiéndome afortunada, lo primero es dolor, frustración… Pero hay algo hermoso, al menos en mi abuelo. Su amor de persona, no de personaje, del que aún sabe el nombre. Y pienso en ese amor de las personas que acompañan y cuidan a quién olvidó su papel en el teatro. Se me ocurre… Tal vez sea lo más cercano a amar el alma, la esencia… No sé bien como llamarlo… Intentando mantener el equilibrio en una cuerda cada día más lábil.
Tal vez si aprendiésemos a mirarnos así, las forma de relacionarnos cambiaría. Tal vez es una lección difícil, de las que necesitan años, muchos, demasiados…
Otro día, en otro artículo, escribiré sobre alimentación y suplementos para frenar, retrasar este proceso y para mejorar la calidad de vida de las personas que lo recorren. Hoy no, que estoy de fiesta, es el cumpleaños de mi abuelo.
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