No hay otra forma, de verdad que no, al menos para mí. Si no sintiera un profundo respeto por la persona que entra en mi consulta y comparte conmigo una parte de su vida (y de la mía), si dejara de admirarme la dignidad que forma parte de cada ser humano, en ese instante cambiaría de profesión.
Sólo desde lo esencial avanzamos hacia el equilibrio y la salud. El resto son parches, remiendos que vendan una herida y a la vez los ojos. Porque si los demás no ven tus lágrimas, ni tú tu propia brecha, podemos fingir que no existe y seguir encajando como una cómoda pieza en el puzle social o familiar. ¿Y si duele? no pasa nada, tenemos vendajes aún más fuertes para el corazón.
El ejemplo recibido desde ambos lados de la mesa me ha enseñado que puede ser diferente. Tal vez porque nací por segunda vez la noche que a una profesional de la salud le importó más mi vida que a mí misma, o quizás porque he sido mejor alumna cuando el maestro ha confiado en mí. Quién sabe si se debe a que en mis gestos se escapan, sin darme cuenta, años de saludo en el tatami…
Entiendo el encuentro entre cliente/paciente y profesional de la salud como un espacio humano y por ello sagrado en donde estos puntos son posibles y necesarios:
- Atención: a la persona, su momento y su historia, por lo que está pasando y cómo lo interpreta, sus objetivos y su propia idea de salud y bienestar.
- Protección: la consulta es un espacio seguro, de paredes que guardan la intimidad necesaria para que los secretos puedan dejar de doler y dar paso a soluciones.
- Información y respeto por las decisiones: ya es momento de reclamar y devolver a cada persona el poder y la responsabilidad sobre la propia salud y felicidad.
- Garantía profesional y honestidad: quienes vivimos el honor y la suerte de acompañar en momentos de cambio hacia mayor bienestar, incorporamos en nuestro día a día estudio, investigación y búsqueda de mejores herramientas, tratamientos, respuestas… y debemos corresponder a la confianza que nos regalan con la merecida sinceridad en cuanto a nuestra capacitación y capacidades, intención y límites.
- Dignidad: siempre, sí, siempre por delicado que sea el tema que nos ocupa o la técnica empleada para tratarlo, la persona debe mantener o aumentar su integridad a todos los niveles. El mejor procedimiento sin humanidad, puede matar de pena. Y necesitamos vida, y sentir que la nuestra importa.
- Coherencia: es imprescindible el trabajo en el desarrollo personal del/la profesional de la salud, en el propio respeto, cuidado y equilibrio. Compartimos lo que tenemos y transmitimos lo que somos. Al igual que mis compañeros y amigos, sigo trabajando en ello.
Si tratamos enfermedades podemos bordar bonitos remiendos y aún sobrará hilo para cosernos medallas en el ego profesional, más sólo desde el amor, sólo desde el respeto construimos salud.