Entrando en la ciudad a la que siempre se regresa levanto la mirada del portátil del que intento exprimir un artículo sobre algo saludable y la veo, ella a mí no, o sí, parece que no mira nada y lo ve todo, como un espejo gigante, la Dama del Manzanares. Desde la colinita que ahora embellece la Cabeza de Ariadna ruedan hasta mí recuerdos anteriores aún a que la simbólica escultura de una cabezota entramada mirara Madrid: una pequeña excursión como monitora con los peques de un campamento cuando con aún 17 años daba mis primeros pasos en el campo de educación no formal, una visita con algún amigo con la expectativa adolescente de que desde allí el mundo se vería distinto…
En nada llego a la Estación de Atocha, refugio y testigo de personas y emociones, y comprendo que cada momento allí fue auténtico: un trabajo con cariño en una tienda de juguetes, el amor y la amistad, cada llegada y cada partida… y agradezco cada trayecto compartido y cada destino posterior, sintiendo únicamente que mi falta de madurez y dificultad para entender la vida, enturbiasen algún tramo del viaje de las buenas personas con las que he compartido vagón o andén. Algo que se respira en esta histórica estación es que cada persona tiene su tren y solo es certero de dónde partes (y eso con suerte). Quizá por ello valoro tanto cuando sé que quiénes me importan alcanzan destinos felices.
Salgo a la calle desde el intemporal cruce de caminos dispuesta a pasar unos días con la familia y allí están, iluminadas por el sol, las 2 cabezotas de bebé, sencillas y limpias.
Y me doy cuenta de que ahora, a mis 45 años, este es el camino que elijo que, tras años con prisa por ir desde el centro hacia la colina, hoy intento dejar a mis espaldas la cabeza del caos y la confusión, y me acerco a mi familia y a mi origen con intención de encuentro y necesidad de agradecer a ellos y a la vida.
Y esto mismo es lo que os deseo en este especial verano de reencuentros, que descanséis del ruido y de las prisas, que disfrutéis mucho con vuestras familias y amistades, con las personas a las queréis y de la paz y armonía con vosotras y vosotros mismos. Que el regreso sea un nuevo comienzo con alegría e impulso para continuar el viaje.
En unos días volveré a la Estación de Atocha, miraré a las inocentes cabezotas de bebe intentando que se me pegue su sencillez, subiré al tren de camino a Alicante para volver a mi querida Altea y sé que al poco de partir la caótica cabeza de la Dama del Manzanares me mirará de reojo. Así es la vida, el viaje continúa y un poco de caos vendrá conmigo, confío en que sí lo miro con cariño nos llevemos bien.
Gracias por cada trayecto compartido. Nos vemos pronto. Feliz verano.